Una mujer que se pasa los días limpiando los suelos, ceniceros y el resto de mierda que vamos dejando los demás a nuestro paso, me contaba su historia. Cómo estaba de visita en un lugar que no solía frecuentar y cómo se dio de morros con un hombre que por confusos azares había hecho escala en esa ciudad, muy lejos de sus planes iniciales. Y así, me decía ella con una sonrisa de oreja a oreja, encontró una segunda piel para tocar y protegerse que llevaba a todo un hombre guardado dentro. Él regresó al norte de la península, su tierra, y ella le acompañó cruzando el atlántico. Tuvieron un par de hijos. Superaron momentos muy difíciles y salieron adelante.
Me contó su historia como quien dibuja un comienzo, tal era la expresión mientras hablaba. Y luego trató de convencerme -sin demasiada suerte- de la intervención del destino en su vida y en la de todos: una mirada puntual en el momento oportuno puede significar el comienzo de un camino que finaliza a miles de kilómetros del hogar.
Toda esa historia del destino para acá y para allá, me recordó este fragmento de Rayuela...
De acuerdo en que en ese terreno no lo estarían nunca, se citaban por ahí y casi siempre se encontraban. Los encuentros eran a veces tan increíbles que Oliveira se planteaba una vez más el problema de las probabilidades y le daba vuelta por todos lados, desconfiadamente. No podía ser que la Maga decidiera doblar en esa esquina de la rue de Vaugirard exactamente en el momento en que él, cinco cuadras más abajo, renunciaba a subir por la rue de Buci y se orientaba hacia la rue Monsieur le Prince sin razón alguna, dejándose llevar hasta distinguirla de golpe, parada delante de una vidriera, absorta en la contemplación de un mono embalsamado. Sentados en un café reconstruían minuciosamente los itinerarios, los bruscos cambios, procurando explicarlos telepáticamente, fracasando siempre, y sin embargo se habían encontrado en pleno laberinto de calles, casi siempre acababan por encontrarse y se reían como locos, seguros de un poder que los enriquecía. A Oliveira le fascinaban las sinrazones de la Maga, su tranquilo desprecio por los cálculos más elementales. Lo que para él había sido análisis de probabilidades, elección o simplemente confianza en la rabdomancia ambulatoria, se volvía para ella simple fatalidad. "¿Y si no me hubieras encontrado?", le preguntaba. "No sé, ya ves que estás aquí..." Inexplicablemente la respuesta invalidaba la pregunta, mostraba sus adocenados resortes lógicos. Después de eso Oliveira se sentía más capaz de luchar contra sus prejuicios bibliotecarios, y paradójicamente la Maga se rebelaba contra su desprecio hacia los conocimientos escolares. Así andaban, Punch and Judy, atrayéndose y rechazándose como hace falta si no se quiere que el amor termine en cromo o en romanza sin palabras. Pero el amor, esa palabra...
Dicen que sólo podemos ver el cinco por ciento de la materia que hay en el universo. El resto es materia oscura y, en su mayor parte, energía oscura. La energía oscura hace las veces de una fuerza anti-gravedad, o dicho en plata, que separa los cuerpos.
Y me ha dado por pensar que lo mismo pasa aquí cerca, sin ir más lejos de la biosfera. Tenemos una enorme reserva de energías negras para aumentar, o cuando menos mantener, las distancias.
Ahora mismo estoy siendo testigo de un espectáculo que demuestra lo bien cogidos que nos tienen por los huevos, como un perro de presa: una negociación colectiva. Presiones a los trabajadores por parte de la empresa, representantes sindicales con intereses políticos incompatibles con los de sus representados (no hace falta que os cuente cuáles prevalecen), descoordinación a la hora de movilizarse, o tan siquiera reunirse para negociar, y miedo, mucho miedo por parte de los currantes, son tan sólo las muestras más evidentes de una máxima inevitable y de lógica matemática: los únicos que pueden mantener una unidad estable y empujar y empujar, son los que se encuentran en una posición de poder.
En definitiva, siempre de la misma manera y por el mismo lugar.
Últimamente me encuentro día sí y día también con una importante discusión que protagonizan una joven y una anciana en el periódico local, enviándose por reseñas sus pareceres. La primera defiende que es normal que la muchachada tome posiciones rápidamente en los asientos del autobús, porque después de un largo día de trabajo lo que apetece es doblar las rodillas.
La señora por el contrario, y no con menos razón, se esfuerza en hacer comprender al lector que la edad no perdona, y eso sólo lo sabe quien lleva arrastrando una vida encima, que eso sí que pesa, subiendo al autobús o paseando por el parque (aprovecha aquí la buena señora para indicarle al excelentísimo alcalde la escasez de tales). De forma que la buena anciana encuentra de una horrorosa educación que las nalgas jóvenes y lozanas no cedan el descanso a las suyas, y se mantengan tercas en su asiento del autobús sin moverse.
Estuve pensando (a veces lo hago) en enviar una posible solución que contente a todos. Yo sugeriría sacar todos los asientos del autobús, así como las barras y demás obstáculos, de forma que quede un espacio diáfano. En cada autobús habría un lugar para dejar los zapatos, y los viajeros se sentarían, o acostarían, en el suelo. Para redondear, una guitarra por coche, para que algún virtuoso entre los pasajeros se arranque con alguna copla. Y claro, papel de fumar y material apropiado al alcance de la mano, por si el sentido fraterno y comunal despierta con las cuerdas de la guitarra.
Eso sí, al que se le ocurra entonar el "viva la gente", a la puta calle.
Sabía que no debía tomar café. Y menos aún alcohol. Pero joder, es que había un "coctel" (pinchos rodando por las mesas para unos cuantos pijillos, vaya). Y los camareros, muy majos ellos, pues nos trajeron un par de cervezas... Cómo decir que no a tanta consideración.
A mediodía tomé la pastillita para dejar de fumar. Es una maravilla, se supone que tarda una semana en hacer efecto, y sin embargo siento que el ansia por encender un pitillo con otro (así los fumo) ha disminuido bastante. Lo gracioso es que también se puede recetar como antidepresivo, por su forma de actuar en el cerebro.
Tomé un café, y luego otro, y otro más. O sea, como todos los días. Y en vez de ajustarme el uniforme y darme una vuelta a ver qué pasaba por ahí, me encuentro con una agradable sensación de sopor, pero sin nada de sueño. O sea, pelín colocado. Y con una sonrisa boba que debía de tener su gracia, por las risas de los compañeros.
Fue esa última cerveza, estoy seguro. En cualquier caso, me gusta mucho, mucho este método para dejar de fumar. Me mancho menos los pulmones y disfruto unos globos estupendos. Por fin comprendo los mensajes de los paquetes de tabaco.
Andar es muy sano, o eso dicen. Pero estoy hasta las pelotas de ir pateando de un lugar a otro. La culpa de todo la tiene un jabalí gallego, que espero que a estas alturas se haya recuperado del golpe y del susto igual que lo he hecho yo.
A quién se le ocurre. Serían las once de la noche. Viento, agua y más viento. Las curvas de la carretera nacional atravesando un bosquecillo perdido. Creo que fue un segundo, si llega, desde que vi a papá y mamá jabalí con sus churumbeles cruzando alegremente de lado a lado, hasta que sentí el golpe. Y yo con cara de aquíseacabómemato a unos 80 km/h cual bola hacia los bolos.
Y no pasó nada. Bueno, a mí, que no volví para comprobar las secuelas del jabalí. El coche hecho un giñapo por un lateral -que por cierto, parece que los hacen de papel, cómo se arrugan-, unos 200 verdes de los viejos me sale el susto.
Si lo llego a saber le pego de lleno, lo meto al maletero y arreglo el coche vendiendo sus ricos jamones....
(ilustración de Bernardo Erlich)
Tenía pensado escribir sobre la enorme satisfacción del planchado de oreja sin límite. Lo gozoso de esos momentos en los que cada músculo se siente perezoso y no apetece nada más que cerrar la pestaña un rato y dejarse llevar... fuera responsabilidades, fuera horarios y despertadores, a la mierda el teléfono móvil... El universo se reduce al sonido de la propia respiración y a la fuga de esta realidad y el viaje hacia otra en la que no existen consecuencias: aunque te tires a la novia de tu mejor amigo, o te dé por hacer parapente desde un décimo piso, pero sin parapente, luego despiertas y no ha pasado nada.
Pensaba escribir sobre todo ello, pero llegué a casa después de levantar el país mis ocho horitas, comí tarde y me quedé pegado, frito, sopa como un nene de cuatro años. Cinco horitas de siesta, que no están nada mal (y que complementaré dentro de un rato con las correspondientes nocturnas).
Mañana me propondré escribir sobre los beneficios de los masajes. A ver si cae la misma breva.
Como paso de escribir dos veces y del copiar-pegar, y sin que sirva de precedente, entrad por aquí, si os place.
Terminaron los buenos tiempos. Han caido dos de sendos golpes. Se enamoraron, los muy insensatos. Además las chicas parecen buenas mujeres, de ésas que saben lo que quieren, independientes y con carácter.
En fin, que he quedado sólo ante el peligro. En breve me veo rumiando si se me va a pasar el arroz, que se me va a caer el pelo y la barriga que ya anuncia un futuro pleno y de camiseta tensa sobre el ombligo, y adiós a los cariños de mujeres hermosas. Suele pasar cuando, sobre todo a mi edad, los amigos se van arreglando y uno todavía anda de flor en flor cual adolescente inquieto.
Pero qué le vamos a hacer; no tengo cuajo para comenzar ninguna carrera parejil, más aún viendo lo que se ve, que la gente tiene una forma muy extraña de querer.
En fin, como dice aquel tango: "Adios muchachos, compañeros de mi vida, barra querida de aquellos tiempos. Me toca a mí hoy emprender la retirada, debo alejarme de mi buena muchachada". Qué golpes que da la vida...
Últimas novedades:
Visité Madrid, y comprobé que sigue igual de inmensa que siempre para un proviciano como yo.
Visité Salamanca, y me la traje en el bolsillo de vuelta a casa, junto con un par de tapas de esas que te ponen a cada paso que das por aquellos garitos.
Visité Coruña, no sin antes descabezar a un jabalí imprudente con la defensa de mi pobre mulita... Gran susto, pero sigo aquí.
Visité la entrepierna de una nueva amante, una hermosa mujer cuyo marido se pierde los fines de semana por Castilla asesinando animales (con arma de fuego y por placer, no como yo).