cuadernillo desencuadernado

13 de Noviembre 2004

Últimamente me encuentro día sí y día también con una importante discusión que protagonizan una joven y una anciana en el periódico local, enviándose por reseñas sus pareceres. La primera defiende que es normal que la muchachada tome posiciones rápidamente en los asientos del autobús, porque después de un largo día de trabajo lo que apetece es doblar las rodillas.

La señora por el contrario, y no con menos razón, se esfuerza en hacer comprender al lector que la edad no perdona, y eso sólo lo sabe quien lleva arrastrando una vida encima, que eso sí que pesa, subiendo al autobús o paseando por el parque (aprovecha aquí la buena señora para indicarle al excelentísimo alcalde la escasez de tales). De forma que la buena anciana encuentra de una horrorosa educación que las nalgas jóvenes y lozanas no cedan el descanso a las suyas, y se mantengan tercas en su asiento del autobús sin moverse.

Estuve pensando (a veces lo hago) en enviar una posible solución que contente a todos. Yo sugeriría sacar todos los asientos del autobús, así como las barras y demás obstáculos, de forma que quede un espacio diáfano. En cada autobús habría un lugar para dejar los zapatos, y los viajeros se sentarían, o acostarían, en el suelo. Para redondear, una guitarra por coche, para que algún virtuoso entre los pasajeros se arranque con alguna copla. Y claro, papel de fumar y material apropiado al alcance de la mano, por si el sentido fraterno y comunal despierta con las cuerdas de la guitarra.

Eso sí, al que se le ocurra entonar el "viva la gente", a la puta calle.

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