cuadernillo desencuadernado

9 de Noviembre 2004

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(ilustración de Bernardo Erlich)

Tenía pensado escribir sobre la enorme satisfacción del planchado de oreja sin límite. Lo gozoso de esos momentos en los que cada músculo se siente perezoso y no apetece nada más que cerrar la pestaña un rato y dejarse llevar... fuera responsabilidades, fuera horarios y despertadores, a la mierda el teléfono móvil... El universo se reduce al sonido de la propia respiración y a la fuga de esta realidad y el viaje hacia otra en la que no existen consecuencias: aunque te tires a la novia de tu mejor amigo, o te dé por hacer parapente desde un décimo piso, pero sin parapente, luego despiertas y no ha pasado nada.

Pensaba escribir sobre todo ello, pero llegué a casa después de levantar el país mis ocho horitas, comí tarde y me quedé pegado, frito, sopa como un nene de cuatro años. Cinco horitas de siesta, que no están nada mal (y que complementaré dentro de un rato con las correspondientes nocturnas).

Mañana me propondré escribir sobre los beneficios de los masajes. A ver si cae la misma breva.

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