cuadernillo desencuadernado

25 de Noviembre 2004

Una mujer que se pasa los días limpiando los suelos, ceniceros y el resto de mierda que vamos dejando los demás a nuestro paso, me contaba su historia. Cómo estaba de visita en un lugar que no solía frecuentar y cómo se dio de morros con un hombre que por confusos azares había hecho escala en esa ciudad, muy lejos de sus planes iniciales. Y así, me decía ella con una sonrisa de oreja a oreja, encontró una segunda piel para tocar y protegerse que llevaba a todo un hombre guardado dentro. Él regresó al norte de la península, su tierra, y ella le acompañó cruzando el atlántico. Tuvieron un par de hijos. Superaron momentos muy difíciles y salieron adelante.

Me contó su historia como quien dibuja un comienzo, tal era la expresión mientras hablaba. Y luego trató de convencerme -sin demasiada suerte- de la intervención del destino en su vida y en la de todos: una mirada puntual en el momento oportuno puede significar el comienzo de un camino que finaliza a miles de kilómetros del hogar.

Toda esa historia del destino para acá y para allá, me recordó este fragmento de Rayuela...


De acuerdo en que en ese terreno no lo estarían nunca, se citaban por ahí y casi siempre se encontraban. Los encuentros eran a veces tan increíbles que Oliveira se planteaba una vez más el problema de las probabilidades y le daba vuelta por todos lados, desconfiadamente. No podía ser que la Maga decidiera doblar en esa esquina de la rue de Vaugirard exactamente en el momento en que él, cinco cuadras más abajo, renunciaba a subir por la rue de Buci y se orientaba hacia la rue Monsieur le Prince sin razón alguna, dejándose llevar hasta distinguirla de golpe, parada delante de una vidriera, absorta en la contemplación de un mono embalsamado. Sentados en un café reconstruían minuciosamente los itinerarios, los bruscos cambios, procurando explicarlos telepáticamente, fracasando siempre, y sin embargo se habían encontrado en pleno laberinto de calles, casi siempre acababan por encontrarse y se reían como locos, seguros de un poder que los enriquecía. A Oliveira le fascinaban las sinrazones de la Maga, su tranquilo desprecio por los cálculos más elementales. Lo que para él había sido análisis de probabilidades, elección o simplemente confianza en la rabdomancia ambulatoria, se volvía para ella simple fatalidad. "¿Y si no me hubieras encontrado?", le preguntaba. "No sé, ya ves que estás aquí..." Inexplicablemente la respuesta invalidaba la pregunta, mostraba sus adocenados resortes lógicos. Después de eso Oliveira se sentía más capaz de luchar contra sus prejuicios bibliotecarios, y paradójicamente la Maga se rebelaba contra su desprecio hacia los conocimientos escolares. Así andaban, Punch and Judy, atrayéndose y rechazándose como hace falta si no se quiere que el amor termine en cromo o en romanza sin palabras. Pero el amor, esa palabra...

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