Amarla es difícil
Es buena, cuando duerme;
el calor de su cuerpo es un puñal de vidrio
que remonta los sueños.
Cuando calla, es buena
y su voz una premonición olvidada y peligrosa
que arruina el silencio.
Cuando grita o llora
o se lamenta o se divierte o se cansa,
nada puede contener
este dolor alegre que envenena
mis sueños y mi soledad.
Por eso es difícil pensar
en ella, en su cara bondadosa;
abandonarse; por eso
es una cobardía retenerla
y dejarla ir, una pavorosa crueldad.
A veces, cuando lo pienso,
no sé qué hacer con ella,
con este destino luminoso.
Paco Urondo
Ya es hora de que una organización privada, la SGAE, se ocupe de los intereses artísticos de la nación. Muchos no se dan cuenta de que debido a la copia de productos resultado del esfuerzo de otros, va a ocurrir que se paralizará la industria y todos esos genios tendrán que desaprovechar su talento vendiendo hamburguesas.
Por tanto, aquí van una serie de consejos para no conducirse en el desatino, y comportarse como un persona de bien:
1- No bajes programas para descargar películas, aplicaciones, juegos y discografías completas (como el emule). Este tipo de software permite disfrutar de los últimos estrenos en dvd en un día o dos, con calidad equiparable a la de un DVD, y gratuitamente. ¡No se te ocurra usarlo!
2- Olvídate de las aplicaciones para bajar música. Entre ellas, el morpheus, del cual han sacado una versión que según dicen hace las veces de "metabuscador" en las redes P2P, de forma que se aceleran las descargas. Recuerda: ¡compra en la tienda!
En fin, confío en que todo el mundo que pueda leer esto hará uso de su sentido común y comprenderá que la mejor manera de hacer las cosas es comprar y comprar. Pese a que la copia privada es legal, y que la SGAE se ha encargado de suplir las pérdidas que supone tal práctica mediante un canon en todo soporte susceptible de contener el trabajo de los artistas, aún no es suficiente.
Y si no piensas así, nos veremos en los juzgados.
Fdo: El primo listo de Bautista
Últimamente tengo la agobiante sensación de que el caos que se menea a pie de calle y que tanto pavor nos da -tanto que necesitamos creernos casi todo lo que nos dicen y cuentan, curas, políticos, igual que antaño papá y mamá-, de que ese caos, decía, se me está colando por las orejas hasta el hueso de aceituna que rebota poco más arriba de mi cogote.
La pregunta, la que trata de encontrar el orden en todo esto, se podría formular: ¿para quién es todo esto? Está claro que no para las personas (pese a lo que nos cuenta la propaganda electoral de los peperos). ¿Para los grandes grupos de poder? Aunque tal vez ni para unos ni para otros, tal vez se trata de una máquina que han echado a andar y nadie tiene la más remota idea de cómo pararla, o siquiera dirigirla.
Está difícil protestar. Si hablas de pobrezas y de gente durmiendo en la calle -no es difícil verlos-, el universitario de turno con vocación de tertuliano te califica de demagogo. Si te planteas posibilidades, alternativas, análisis, si tratas de entender o piensas en voz alta, probablemente alguien te acuse de abusar de las masturbaciones mentales. Reconozco que es complicado, algunas veces, sentir el caos, los engranajes que pasan por encima del que no se espabila. Para eso están los horarios y sus relojes, las obligaciones, la hipoteca y las facturas, los formularios por triplicado y no se olvide usted de la fotocopia del DNI. Y finalmente, creo, todo parece una excusa: hay que organizarse, que somos muchos. Sí. Es complicado ser consciente de que todo va rodando sin demasiado sentido.
Esta parrafada viene a cuento. Últimamente hay una persona que cuenta conmigo, me pide poco, sólo que la escuche. No pretende que la aconseje, ni que dé mi opinión. Precisamente no me pide lo que el resto la ofrece sin que ella lo haya solicitado. Es curioso cómo pocas veces pensamos que en ocasiones las circunstancias no permiten más que esperar con sufrida paciencia. Y entonces, cualquier consejo sobre lo que se debería hacer solamente aumenta la sensación de impotencia en la víctima de todo ello. En definitiva, esta persona sólo necesita compañía. Por los restos, se las arregla muy bien. Está sufriendo el peso de toda la maquinaria, las incongruencias entre los principios y las prácticas. No voy a contar detalles, pero os aseguro que no exagero, que en cierto punto es tan evidente... Y no, no es una excepción, es una situación que corre bajo nosotros para muchas personas.
En fin. Como escribí una vez en otro lugar, cada vez resulta más evidente que en la gran historia del hombre podemos decir que nos encontramos en la pausa publicitaria.
No suelo hablar de política, porque me desespera. Pero es que ahora que se acercan las elecciones generales se hace más evidente en manos de quienes estamos, o de quienes podemos estar. Por un lado, los derechones que han engañado, estafado, monopolizado los medios como pocas veces se ha visto en este país, y dado de comer a los más poderosos de la nación (al chon -cerdo- gordo úntale el rabo, dicen en mi pueblo) y todo ello con una sonrisa paternalista tipo esportubien que no sé a los demás, pero a mí me despierta los más bajos instintos agresivos. Y no es una opinión, no, ojalá lo fuera. Las han hecho tan gordas (como el chon de antes) que apenas queda sino mirar y asustarse.
Y por el otro lado tenemos a unos inútiles. No sé si gobernando, que todavía no los he visto. Pero en cuestión de política de oposición y de vender candidaturas, son un puñetero desastre. Hoy leía que el de las cejas angulosas no va a formar gobierno si como resultado electoral no consigue una mayoría. ¿Será para que no les siente mal a los pepeístas? Porque el argumento de que llevar a cabo tal práctica (gobernar una coalición de minorías) es antidemocrático, es una salida desesperada de los pepeístas, maestros, eso sí, en modos poco democráticos, por decirlo finamente.
Finalmente, un montoncillo de partidos nacionalistas con la filosofía topamí y los izquierdosos unidos que no sé por dónde flotan, qué se han tomado y por dónde.
Qué desastre. En fin. Como me van a joder igual salga quien salga elegido, me voy a tener que prostituir para comprar un piso, tendré que desatender las necesidades de mi hijo llevándolo a una guardería apenas vea la luz -así salen de psicópatas, los mis pobres-, porque padre y madre tienen que traer dos sueldos para poder comer, como va a dar igual que patelee, grite y demás, y como la única solución válida -entrar a sangre y fuego y limpiar el panorama- significa un billete al campo de concentración de Guantánamo, creo que mejor me dedico a la lírica. Y así todos contentos.
¿Qué impulsa a las personas a dedicar casi una hora a hacer cola para entrar en un centro comercial? Hoy casi, casi, por descuido, me coloco en el carril de esta gente rara, y la verdad que el fenómeno asombra. El centro comercial es el mismo lugar al que uno dedica mucho tiempo para hacer algo tan desagradable como la compra. Se supone que durante el tiempo libre se prefiere -entre otras cosas- liberar energías en lugares más agradables que no hay tiempo para visitar en los días de labor. Pues no, oye, una enorme hilera de coches esperando para entrar al parking, estorbados por otros tantos que salían del McDonalds, de comer una de mierda con queso. Estamos como puñeteras cabras. O si no, a mí que me lo expliquen.
(NOTA: Téngase en cuenta que el que escribe vive en Cantabria, una hermosa provincia donde hay multitud de lugares para disfrutar, lo cual aumenta la incomprensión del fenómeno)
Después de una charla en penumbra, sosteniéndome y dudando, acercando disimuladamente mi hombro al suyo en un sofá en el que otro tipo de distancias crecían a cada palmo, después de haber recitado de nuevo toda la cantinela aburrida de siempre para justificar mi estúpida actitud de mirar pero no tocar, caí en la cuenta de que no le dije que estoy tomando la costumbre de echarla de menos, y que aunque muchas veces la llamo niña y me sonrío, me parece una mujer que conoce más de lo que sabe, y no entiendo cómo, mientras yo prefiero esconderme detrás de palabras como esquinas, o viceversa. En fin, creo que algo se perdió en esa charla. Y creo que ella está a punto de marcharse.
Me gusta estar con vos
me está gustando
es más creo que
sin vos se angosta el espacio
y falta aire
en rincones íntimos
qué lata
me estás gustando
y ese gustar
tiene aspecto
de levantarse temprano
con ojeras y lágrimas.
CARMEN NARANJO
Cuando llego a casa a las siete de la mañana no puedo meterme entre las sábanas; aún me quedan un par de tareas. Despertar a mi sobrino y acercarle hasta el colegio. Esto último no me importa en absoluto, pero para despertar a ese cabroncete hay que armarse de paciencia, y de ella servidor no anda sobrado. Normalmente tardo unos veinte minutos -con quejas, déjames, ahoramelevantos, yavoys, todaviaestempranos, etc.- en conseguir que el monstruito se levante de forma relativamente relajada (no dudo que mi potencia vocal le despertaría de un bote, pero no creo que sea adecuado para la salud del infante).
Cuento esto porque hoy, día de reyes, el cabroncete se había puesto el despertador a las siete y media de la mañana. Inútil propósito, porque no escucharía al trío de tenores haciendo gorgoritos a dos palmos de su oreja. Así que tras dudar entre dejarlo dormir o estrangularlo, dedicí con toda mi mala intención apagar el despertador para que el angelito continuara roncando. Eso sí, el primer día de colegio le voy a acercar mi despertador (que es harina de otro costal, ese sí que grita) a las orejitas, y me voy a retirar a fumar un pitillo lejos de las protestas. Como que me llamo Telesforo.
Lo peor de todo es que a pesar de que el niño ha suspendido tres exámenes, los reyes miraron a otro lado y trajeron todos los regalos que pidió. Y a mí, que me he portado como un santo varón todo el año, no me han dicho ni arroz. Viva la república.
El cuerpo que no te toqué, con las manos
que ya no me quedan, a pesar de todo
(de la lluvia y el frío, y del abismo verde frente a nosotros
que tú no dejabas de observar).
Tu cuerpo que no te toqué y las ganas negras
y de ceniza que corrían como hormigas,
y una cena, y un café con dos de azucar
y algo de memoria desgastada.
(PD: Esto es consecuencia de un día algo bueno, algo malo, con Aute, Silvio y Filio... de compañía. Mis excusas.)
Final de año. Y un poco final de todo. Hoy, señores, me tocó pringar. Como los buenos, de esos que mantienen el país mientras los demás se maltratan el hígado. Pero sin renconres, ¿eh?
Fin de año nefasto para servidor. Y no porque me haya tocado pringar, no... Los asuntos van por las esquinas del quore. A mi edad, qué menos. El dilema es aparentemente sencillo.
Una mujer que se resiste a abandonar mi almacen de esperanzas -aunque resulte cursi, vamos a llamarlo así-, y otra, novedosa, joven, fresca, encantadora, que me revienta los esquemas y me deja tirado tarde tras tarde echándola de menos.
Son dos años de novela, de sí y de no, de ven pero vete, de si tuvieras... Una puta pesadilla. Y ahora aparece esta niña -veintidos añitos, dios mío, dios mío- y me vuelve del revés a mí entero. Y mi revés no es nada bonito, lo juro, pero la chica -irá drogada- lo encuentra atractivo. Y a mí, ¿qué se me ocurre? Negarla, rechazarla, decirla que no a los besos y al sexo porque yo soy un chico íntegro y no voy apostando al perdedor con mozas jovenzuelas.
Bien. ¿Me merezco una patada en los huevos? Cierto. Y dos. Pero en mi enfermedad crónica, o sea, hipotecar un presente por una mujer que no existe, que aún no existe, parece incurable. Me gustaría que algún o alguna voluntaria ofreciera remedio. Pero parece más bien difícil.
Y como soy consciente de esa dificultad sin solución, me encierro, me aislo, y quedo a oscuras con mirada de quinceañero, con sonetos de quiceañero, solo sin necesidad de nadie -por mis cojones-, y pensando que ésta puede ser como cualquier otra noche, una noche para los inconclusos, para los que quedan a mitad de una palabra, a mitad desheredados, a mitad gilipollas, a mitad del punto y final.