Leo en el periódico que los cazadores cántabros están muy cabreados. Por lo visto, se trata de que han modificado los requisitos para tener prioridad respecto al resto de cuadrillas a la hora de practicar. Un asunto de empadronamientos por conveniencia para convertirse así en "cazadores locales". En fin, que les han jodido las maneras a la hora de chanchullear y ahora patalean.
Lo que más me llamó la atención fue la foto de un paisano con el arma al hombro: un estupendo rifle con mira telescópica. A mí esto de cazar con tales artilugios me parece una trampa vil y amariconada, propia de urbanitas domingueros que por un par de días retornan al fundamento de la supervivencia, al disfrute de la naturaleza y demás pamplinas...
Recuerdo hace unos mil años, cuando acompañaba a mi progenitor por el monte mientras esperábamos una presa. Me sentía un orgulloso colaborador al guardar un par de cartuchos en la mano por si la situación precisaba de rapidez para recargar la escopeta. Porque sin la telescópica, ni veinte tíos al lado con sus respectivas miras listas para deshacer cuanto se mueva, uno se la juega frente a frente, sin trampas. Y entonces sí, la caza se convierte en saber hacer, no sólo una cuestión de puntería, sino de conocer por dónde moverse y cómo, intuir un movimiento. Conozco a cazadores que les jode que se lo pongan fácil; lo atractivo es el reto, esforzarse, y sobre todo, no confundir el disparo final como única finalidad, sino como culminación de un proceso y una técnica, con el asesinato de un animal dibujado en la base de una mira con tropecientos aumentos.
Parece que por un momento este país ha puesto por delante el valor de la verdad al valor del euro
Eso me decía una amiga en un mensaje al móvil cuando supimos cuál era el resultado de estas elecciones. Reconozco que siempre he sido un descreído de la democracia. Hoy, sin embargo, he sentido verdadero placer cuando en la televisión anunciaban que los que han contribuido de forma más que directa a la salvajada de Atocha, han sido descolgados de lo que más desean: el poder.
Aún así, me da la sensación de que continuamos observando el dedo que señala, en vez de lo que señala. Digo, que no somos demasiado conscientes de la carga de responsabilidad que estos señores, con el bigotes al frente, jamás han reconocido.
Fuimos millones los que salimos a la calle para manifestar nuestra postura contraria al apoyo de una guerra. Recuerdo que había gente de toda condición e ideología, y por tanto, supongo, con diversas razones para danzar por las calles gritando el no a la guerra. Sin embargo, no valió para nada. Intereses muy concretos se superpusieron a la manifestación popular.
Pero eso se olvidó, así como tantos otros embustes y manipulaciones. Los muertos -hubo muchos en aquel país- cuando están lejos no huelen ni molestan. Así que seguimos con nuestros asuntos en normalidad. Leía las estadísticas sobre el pronóstico de resultados electorales y se me caía el alma al suelo.
Cuando nos devuelven con la misma moneda, y caen doscientos muertos de un golpe, y miles de vivos en desgracia que quedarán marcados para toda la vida, entonces, sí reaccionamos. Y es que si esto no nos hace salir a la calle, si no nos mueve a exigir la verdad, estamos listos...
Ojalá, la próxima vez no sea necesario llegar hasta este punto para evitar vernos en esta situación. Ojalá que hayamos aprendido. Porque si bien es cierto que todos íbamos en esos trenes, porque eran personas como nosotros, con nuestras costumbres, y por eso mismo podemos entender su dolor, no es menos cierto que también estábamos en cierta forma dentro de las mochilas de esos asesinos, en la misma medida en que no evitamos nuestra participación en el asesinato de otras muchas personas en un país lejano.
Ojalá algún día juzguen a Aznar y sus cómplices por crímenes a la humanidad. Y ojalá sufra en piel propia toda la desgracia que ha causado, allí y aquí.