Viernes noche. Creo que voy a mamarme, si hay algún inconveniente es el momento de comentarlo. La chica me miró. Tú mismo.
Vergüenza me da recordar ese comportamiento a mis casi treinta primaveras, treinta que sin duda causan la novedosa somnolencia a partir de la sexta copa. Está claro que me estoy haciendo viejo.
Ya no aguanto más, así que se impone una retirada digna. Desde luego, a la dama hay que acompañarla hasta casa, esfuerzo poco notable dado que apenas ochocientos metros separan nuestros respectivos hogares. Pero como ya estoy más cansado que borracho, decido coger el coche para acercarla. En mi descargo he de alegar que el camino es pindio, como se suele decir por estos lares. O sea, lo suficientemente inclinado como para desanimar mi caballerosidad. En la rotonda suelen colocar el control de alcoholemia, me dice ella. Sólo puedo pensar en doblar las rodillas, así que me importa una mierda el ayuntamiento y su puñetera costumbre de velar por la integridad física de los ciudadanos.
En realidad comienza a importarme cuando sin meter la tercera aparece una barra luminosa enganchada a una mano que formaba parte del brazo de un policía municipal que me hace gestos para que detenga el coche en una fila de malditos soplones. Me imagino que algún cabrón me va a olbigar a inflarle la colchoneta del camping. En cuestión de segundos, mis antes adormecidas y ahora acojonadas - seis meses sin carné, multa y antecedentes penales no es para menos- neuronas deciden por mí, y en vez de dirigir el coche hacia donde me indican, paro al lado del municipal, bajo la ventanilla, y como si no entendiera un carajo le doy las buenas noches.
- Buenas noches, ¿ha soplado usted alguna vez en un control de alcoholemia?
- (Esforzándome por poner cara de santo varón) No.
- ¿Ha bebido algo esta noche?
- Ssssi... Un par de cervezas (quecuelequecuelequecuele)
- Está bien, siga adelante.
Virgen santísima. Milagro. Me tiemblan las manos. Me doy cuenta de que tengo una chica al lado, y para rebajar la tensión (la mía) le pregunto si le hizo ojitos al guardia mientras hablaba con él, porque no lo entiendo. Llegamos a su casa, paro el motor y echo un pitillo mientras charlamos. Una mujer guapa e interesante. Lástima de escrúpulos que le impiden a uno complicarse la vida. Mientras observo a través de la ventanilla cómo entra en su casa, voy pensando en una ruta alternativa sin municipales amables que disimulan mi aliento alcoholizado. Me persigno y arranco el motor rumbo a la resaca.
El síntoma de la edad no es ni «la novedosa somnolencia a partir de la sexta copa», ni «el rumbo a la resaca». Son tus «antes adormecidas y ahora acojonadas - seis meses sin carné, multa y antecedentes penales no es para menos- neuronas».
Ahí, ahí... :-)))
Posteado por carmen - 17 de Diciembre 2003 a las 04:02 PM