Volvía de Oviedo, y decidí parar a mitad de camino. Hacía un día estupendo. Siempre que vuelvo algo dormido hago parada en el mismo lugar, la cafetería de un hotel de cuyo nombre no quiero acordarme, poco antes de llegar a Unquera. Así que estaba yo con mi café solo y mi pitillo, apoyado con el codo en la barra (reconozco que es una pose de gallo de película mala, pero es que me sale espontánea) cuando escuché a un crío que miraba hacia la carretera: ¡mirad, mirad! Me asomé y comencé a contar: uno, dos, tres, cuatro... diez, once, doce... y no recuerdo ya en cuál me perdí. No terminaban de pasar. Casi todos rojos. Todos Ferrari. Con un par de ellos ya podía yo apañarme un piso bien majo.
Salí de la cafetería y me acerqué a mi pobre mulita. La observé con detenimiento, y -no pude evitarlo- le hice morritos, como a ella le gusta. Después de tanto Ferrari, el gesto le sacó los complejos de encima. Y me trajo hasta casa.
Pero vamos a ver: ¿tú sabes lo que cuesta cada cambio de aceite de un Ferrari?... ¿y cada neumático? Y el lavado semanal -a mano, por supuesto- porque no vas a llevar un Ferrari y todo cochino de barro :-)
Nada, ninguna envidia me da, te lo juro por snoopy.
Posteado por carmen - 25 de Octubre 2003 a las 10:40 PM